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martes, 29 de mayo de 2012

Bruselas tendrá que revisar su política

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La UE fomenta que ciertos terrenos agrícolas se transformen para producir biocombustibles, con el fin de cumplir con sus objetivos en materia de reducción de emisiones de dióxido de carbono. Pero de este modo, tanto los cultivos destinados a la alimentación como la contaminación se desplazan hacia los países en desarrollo. Por ello, la Comisión debería modificar inmediatamente las leyes al respecto.

Martin Uhlíř

Hace tres años, la Unión Europea asumió el compromiso de lograr que, de aquí a 2020, la décima parte de la energía que consumen los medios de transporte europeos procediera de fuentes renovables. La creciente flota de vehículos eléctricos, alimentados en parte con energía eólica y solar, debería contribuir a ello. A partir de 2015, los vehículos de hidrógeno, que en principio también pueden funcionar con energía “verde”, deberían empezar a comercializarse rápidamente. De este modo, habría sido posible reforzar la seguridad energética y reducir las emisiones de gas de efecto invernadero. Pero la revolución tecnológica se ha retrasado y, por lo tanto, ahora les corresponde a los biocombustibles garantizar que se llegue a cumplir dicho objetivo.

No obstante, entre la comunidad científica y las organizaciones no gubernamentales aumentan las críticas y alertan sobre el hecho de que la energía “cultivada en los campos” no presenta únicamente ventajas. Contribuye al aumento de los precios mundiales de los productos alimentarios. A las explotaciones agrícolas tradicionales en los países en vías de desarrollo se les arrebatan los terrenos, sobre los que se abalanza la agricultura industrial con sus pesticidas, sus abonos artificiales y su impacto negativo en la biodiversidad. Y sobre todo, se arrasan selvas tropicales.
Aceites vegetales

Europa ha alegado que pretendía imponer los biocombustibles desde la perspectiva del desarrollo sostenible. En virtud de la legislación actual, al contrario que el gasóleo clásico y la gasolina, las plantas de las que se extrae la materia prima de los biocombustibles destinados a los motores europeos deben garantizar, como mínimo, una reducción del 35 % de las emisiones de gases de efecto invernadero. Por lo tanto, no pueden crecer en terrenos de selvas vírgenes ni en otros ecosistemas protegidos, porque entonces no podría alcanzarse el umbral fijado.

Entonces ¿por qué cientos de organizaciones no gubernamentales enviaron recientemente una carta abierta de advertencia a la Comisión Europea? La respuesta se encuentra en cuatro letras: ILUC, Indirect Land Use Change, es decir “cambio indirecto del uso de suelo”. Según la legislación actual, no hay ningún problema en que se siembre colza en los campos europeos para producir biodiésel. Indiscutiblemente se lograrán reducir las emisiones, aunque se incluya en el cálculo el gasóleo utilizado para la cosecha, para producir los abonos, etc. Pero antes de esto, los aceites comestibles cubrían las necesidades locales.

Actualmente, la producción de colza se destina a los motores diésel y Europa importa aceites vegetales. Estos últimos se producen sobre todo a partir de la palma aceitera, cultivada en Malasia y en Indonesia en inmensas plantaciones, en terrenos que en muchas ocasiones se han conquistado destruyendo selvas vírgenes y secando pantanos. Cuando se tienen en cuenta estas emisiones indirectas, parece que el biocombustible procedente de la colza tiene un impacto más negativo sobre el clima que el petróleo tradicional.
Búsqueda de una solución

Para la Comisión Europea, se trata de una constatación cuanto menos chocante y molesta. Tras dos años de debate, actualmente parece que podrían integrarse en la legislación las emisiones indirectas. Este verano debe presentarse una propuesta. Pero esto no significará el fin de los biocombustibles. Hoy, el biodiésel representa el 80 % del mercado europeo de los biocombustibles, y el porcentaje restante corresponde al bioetanol, un equivalente del biodiésel para los motores de gasolina.

La historia de los biocombustibles es una prueba más de la dificultad de encontrar una solución fácil a la crisis medioambiental actual. Europa ahora corre el riesgo de convertirse en el objetivo de las burlas de los escépticos del cambio climático y de otros adversarios de la teoría que defiende que el calentamiento global está causado por el hombre. A pesar de todo, la idea de crear un futuro sostenible, aunque presente ciertos fallos, sigue siendo un objetivo legítimo.

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