Todo el mundo se ha olvidado de que el poder ejecutivo europeo es el que ha preparado el presupuesto que negocian actualmente los dirigentes de la UE. El motivo es muy sencillo: su presidente, José Manuel Durao Barroso, es invisible. El corresponsal de Libération en Bruselas lo califica de “suicidio” político.
Jean Quatremer
La Comisión Europea se ha hundido políticamente. Los que aún lo dudaban, estos días tienen la prueba ante sus ojos: aunque debería defender ante los veintisiete jefes de Estado y de Gobierno su propuesta de ley de programación presupuestaria para el periodo de 2014 a 2020 (el "marco financiero plurianual"), el acto más importante de la legislatura, el que orientará a la Unión durante los siete próximos años, la Comisión simplemente se encuentra ausente en los debates. Ya no le interesa a nadie lo que tenga que decir, ya sean los Estados, los medios de comunicación o los ciudadanos. No se trata de un asesinato, sino de un suicidio orquestado por su presidente, José Manuel Durao Barroso, que decididamente ha demostrado ser una calamidad para una institución que, sin embargo, fue uno de los motores de la construcción europea en un pasado no tan lejano.
Históricamente, la batalla presupuestaria movilizaba a todo los medios de la Comisión: es la que se encuentra al mando, porque es quien se encarga de plantear la pertinencia de sus acciones y porque es la que cuenta con los medios de orientar a la Unión Europea por poco que consiga convencer a los Estados, pero también a las opiniones públicas que tanto influyen en los Estados. No es algo evidente para una institución cuya legitimidad es frágil y por ello debe ser extremadamente política. Porque la política, no es únicamente una cuestión de actuar, sino de convencer de la pertinencia de una acción, ¿acaso hay que recordarlo?
Testamento político
Jacques Delors, presidente de la Comisión entre 1985 y 1995, destacaba en este sentido. En 1987 inventó las "perspectivas financieras" o la ley de programación presupuestaria, cuyo fin era acabar con los dramas financieros anuales y jamás desatendió ninguno de los campos de acción política. Un trabajo ímprobo, sin duda, pero que le compensó. En 1992 tuve la oportunidad de seguir las negociaciones del "paquete Delors II" (1993-1999). Aún recuerdo el largo trabajo de explicación y de convicción previo de la Comisión ante los medios de comunicación, que eran los intermediarios de la opinión pública europea. El mismo Delors, pero también Pascal Lamy, su jefe de gabinete, los comisarios, los directores generales de la Comisión, todo el mundo convocaba conferencias de prensa para explicar de qué se trataba, apoyándose en cifras. Una máquina de convencer con una eficacia increíble que siguió funcionando bajo la presidencia de Jacques Santer y Romano Prodi.
Con Barroso, la máquina se ha parado. Nunca ha sido un buen comunicador y se siente incómodo con la prensa. Sin embargo, podríamos haber pensado que el marco financiero de 2014 a 2020, que será su testamento político, le despertaría. Pero no ha sido así. Al contrario, ha actuado peor que nunca. Con una conferencia de prensa tardía y acelerada, el 29 de junio de 2011, para presentar el grueso documento de la Comisión, sin ningún trabajo previo de limpieza de minas ni de preparación. ¿Así cómo podemos plantear preguntas, cuando conocemos el proyecto en el momento en el que se desvela? Y cada uno además tiene que arreglárselas para entender de qué trata. Una tarea desalentadora, en vista de la extrema complejidad de la materia. Sólo un portavoz se encargó por sí mismo de descifrar a los medios de comunicación las líneas generales del marco financiero.
Salir del paso
¿Y luego? Nada, absolutamente nada. Un año sin ninguna comunicación con el exterior. Un presidente ausente, que ante todo intenta contrarrestar la influencia de Herman Van Rompuy, el presidente del Consejo Europeo, ante los Estados y el Parlamento Europeo, unos comisarios paralizados que apenas se atreven a hablar a los medios de comunicación, unos directores generales escondidos en sus oficinas en lugar de explicar lo que está en juego en las negociaciones. El resultado: vía libre para que los Estados expresen lo mal que les parecen las propuestas de la Comisión (y todos lo hacen) y para que Herman Van Rompuy, que actúa en lugar de la Comisión, llegue a un acuerdo a partir de las cifras del ejecutivo europeo. Y este último no se ha privado de actuar de comunicador, desde el momento en el que ha tomado las riendas de la negociación, porque nadie se lo ha impedido.
La Comisión, en lugar de ser el centro del debate, simplemente ha desaparecido. Enfadándose o recorriendo los bastidores de Bruselas no se ejerce ninguna influencia ni se entra en el juego. ¿Alguien podría citar la última entrevista de Barroso a un medio de comunicación? Nadie. Porque ya no habla con los medios. Y el discurso pronunciado el 21 de noviembre ante el Parlamento Europeo no es lo que le permitirá salir del paso, cuando casi nadie se ha desplazado de Estrasburgo por el Eurogrupo ni para preparar la cumbre europea. Barroso, demasiado ocupado con su pequeño juego institucional, se ha olvidado de que, ante todo, debía convencer a los ciudadanos europeos y de que debía hacer política y no acciones de lobby ni de secretariado. En este sentido, va a perder por partida doble: ante los Estados, que cada día desprecian más su institución y ante la opinión pública, que cada día le ignora más. ¡Así se hace!
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